27/12/08

Anna y Otto son nombres capicúas

Ella me lo dijo. Como quien se encuentra con su vecino del 5º en el ascensor y le habla de la sequía en Andalucía. Así, con esa sinceridad que la caracteriza en los días tristes, y también en los alegres. Porque Ella es así, sincera y perfecta. Y yo que nunca había creído en la perfección. Imperfecta perfección. Perfección imperfecta. Ella. Persiste el eco de aquel hombre escanciando sidra en su cabeza. Los recuerdos se adueñan de todo su pensamiento y la distraen. Porque Ella siempre se distrae. En el Corte Inglés se escucha tanto alboroto de gente que no hay villancicos, ni pastorcillos. No hay sitio para ellos. Ya nadie les presta atención. Pero yo sí me concentro en Ella, y en sus palabras que hacen frases; dichosas frases que siempre deja inacabadas. Hay demasiados best-seller publicitándose justo arriba de la cajas de cobro. “Pase por caja señorita”. “¿Le puedo atender en algo?.”. Ella tampoco entiende que entre tanto libro haya sólo un mínimo espacio reservado a nuestros versos. “¿Galeano?”. “No, no tenemos nada de él”. Sigo sin saber porqué. Pero seguro que Ella me lo explicará después de cenar. Quedan restos del naufragio sobre sus rizos; es extraño. Usa el mejor champú que hay en el mercado. Sus ojos se vuelven cada vez más verdes, césped, césped. Ella y yo nos vamos esta tarde de picnic al Círculo Polar. Hace un calor aterrador bajo la nieve así que tomaremos el sol. Pero no permite que le dé besitos en los ojos; qué rabia. Ella sigue pensando en el ruido de la sidra al entrar en el vaso y yo no dejo de pensar en el ruido de sus pestañas intentando ver el sol bajo mis labios.



--BCÁ--